Fragmento de Protágoras de Platón


“…los que llevan las enseñanzas por las ciudades, vendiéndolas y traficando con ellas, ante quien siempre está dispuesto a comprar, alaban todo lo que venden. Mas, probablemente, algunos de éstos, querido amigo, desconocen qué, de lo que venden, es provechoso o perjudicial para el alma; y lo mismo cabe decir de los que les compran, a no ser que alguno sea también, por casualidad, médico del alma. Por lo tanto, si eres entendido en cuál de estas mercancías es provechosa y cuál perjudicial, puedes ir seguro a comprar las enseñanzas a Protágoras o a cualquier otro.

Pero si no, procura, mi buen amigo, no arriesgar ni poner en peligro lo más preciado, pues mucho mayor riesgo se corre en la compra de enseñanzas que en la de alimentos. Porque quien compra comida o bebida al traficante o al comerciante puede transportar esto en otros recipientes y, depositándolo en casa, antes de proceder a beberlo o comerlo, puede llamar a un entendido para pedirle consejo sobre lo que es comestible o potable y lo que no, y en qué cantidad y cuándo; de modo que no se corre gran riesgo en la compra. Pero las enseñanzas no se pueden transportar en otro recipiente, sino que, una vez pagado su precio, necesariamente, el que adquiere una enseñanza marcha ya, llevándola en su propia alma, dañado o beneficiado.”




martes, 26 de enero de 2016

Los monstruos del gallinero.



Eran las doce de la noche en La Peña. La Peña es un pueblo del municipio de San Francisco de Macorís, capital de la provincia de Duarte, en República Dominicana. Yo estaba durmiendo en mi cama, solo en mi habitación. Hacía mucho calor porque las temperaturas allí no bajan de los veinte grados en todo el año. Sin embargo a mí me gusta arroparme.


La oscuridad era total cuando de  repente comencé a escuchar unos ruidos extraños procedentes de la ventana. Me acurruqué en una esquina de la cama tapado hasta la cabeza.  Muy asustado  intentaba escuchar aguzando el oído para identificar aquellos ruidos. Al cabo de un buen rato, no sé si por agotamiento o porque los ruidos cesaban, me quedaba dormido.

Este episodio se repitió varias noches seguidas. Pero aquella noche los ruidos eran cada vez más fuertes. Eran guturales como ronquidos de varios animales furiosos. Un fuerte escalofrío me recorrió al oír como una ráfaga de viento abría de golpe la ventana del cuarto. Continué bajo las sábanas paralizado, casi sin respiración. Imaginaba seres monstruosos agazapados al pie de mi ventana. No me moví hasta que fue de día. Luego no pude ver nada.

Al otro día celebramos en casa una cena cumpleaños en la galería con varios amigos y familiares. En un momento de la fiesta nocturna me acerqué a la parte de la casa donde estaba la ventana de mi cuarto. El corazón me dio un vuelco cuando, procedentes del gallinero de la vecina, comencé a escuchar los terrible ruidos que me habían horrorizado durante noches. Allí estaban los monstruos: Gallos y gallinas peleando en la oscuridad por un puesto para dormir en el palo más alto del gallinero.



 Josiel Gómez Vargas y Carlos Massé. IES Rey Pelayo. Cangas de Onís.